sábado, 14 de mayo de 2011

No valoramos lo que tenemos, hasta que lo perdemos.

Todo comenzo un día cuando llegue a mi casa esa noche, mientras que mi esposa me servia la cena, le agarre su mano y le dije, tengo algo que decirte. Ella se sentó y comió callada. La observe mientras comía y vi el dolor en sus ojos. De pronto no supe como abrir mi boca. Pero tenia que decirle lo que estaba pensando. Así que me arme de valor y se lo dije: "quiero el divorcio".

Ella no parecía estar disgustada por mis palabras, es más, me preguntó suavemente ¿porque? y me dijo; ¡tu no eres un hombre!

Esa noche no hablamos, el silencio entre los dos era sepulcral, mientras tanto ella lloraba y lloraba. Yo intuía  que ella quería saber que estaba pasando con nuestro matrimonio, pero no pude contestarle. Sin embargo, mi cobarde y oculta respuesta era, que ella había perdido mi corazón, el cual ya pertenecía a otra mujer llamada María. Yo ya no amaba a mi esposa, solamente le tenia "lastima". 

Con un enorme sentido de culpabilidad escribí un acuerdo de divorcio en el que yo le quedaba nuestra casa, el coche y el 30% de mi sueldo. Ella leyó el acuerdo y lo rompió en mil pedazos.

Había pasado veinte años de su vida conmigo y éramos como dos extraños, lo único que yo sentía por ella era lastima por todo su tiempo perdido, su energía, su dedicación a mí, pero ya no podía cambiar, yo amaba a María. De pronto empezó a gritar y a llorar, supuse que para desahogarse. Su actitud hizo de repente que la idea del divorcio fuese ahora más clara para mi.

Al próximo día cuando llegue a casa la encontré escribiendo en la mesa de nuestra salita de estar. No cene y me fui a dormir, estaba muy cansado, había pasado todo el día con María. Cuando desperté, todavía estaba mi esposa escribiendo en la mesa. No me importó, me giré y seguí durmiendo. A la mañana siguiente mi esposa me presento sus condiciones para el divorcio; no quería nada de mí, pero necesitaba un mes de tiempo antes de divorciarnos. 
En sus condiciones de divorcio me pedía que durante un mes deveriamos vivir como si nada pasara y llevarnos con toda normalidad. Según sus explicaciones su razón era muy simple. Nuestro hijo tenía durante todo ese mes exámenes y no quería molestarlo y que le afectara el tema de nuestro divorcio. Yo estuve de acuerdo, pero ella me hizo otra petición, que repitiera el acto de cuando yo la llevaba en brazos de igual menera que el día que nos casamos. Me pidió que durante todo ese mes y durante todos los días la llevara en brazos desde nuestro cuarto hasta la puerta de salida de nuestra casa.

Por un momento pensé que se estaba volviendo loca, pero para poder tener la fiesta en paz, acepte. Le conté a María lo que mi esposa me pidió. María se reía con enormes y altas carcajadas, y cuando acabó de reír me dijo que era absurda esa petición y que lo entendía como un truco que mi esposa utilizaba para evitar no dar la cara en el divorcio.

Desde el día que le expresara mis intensiones de divorcio, entre mi esposa y yo ya no existió el contacto físico, así, que cuando el primer día la lleve en brazos hasta la puerta, los dos nos sentimos mal. Mientras tanto nuestro hijo que caminaba detrás no cesaba de aplaudirnos y diciendo sin parar una y otra vez; ¡papá lleva en brazos a mamá!. Sus palabras me hicieron sentir un gran dolor mientras recorría los diez metros que me separaban de la puerta con mi esposa en brazos. Ella cerró los ojos y me dijo en voz baja, no le digas a nuestro hijo nada del divorcio. Le hice un gesto de afirmación con mi cabeza, un poco disgustado la baje cuando llegue a la puerta. Ella salio y se fue a esperar el autobús para irse al trabajo. El segundo día los dos estábamos mas relajados, ella se apoyo en mi pecho, pude sentir la fragancia de su blusa. Me di cuenta entonces que hacia tiempo que no la miraba detenidamente, en tanto en cuanto obsevaba que ya no era tan joven, tenia algunas arrugas, algunas canas, era notable el daño de nuestro matrimonio, por un momento pensé y me pregunte que, que le había echo y que le estaba haciendo

Al cuarto día cuando de nuevo la cogi en brazos, sentí que la intimidad estaba regresando entre ambos. Esta era la mujer que me había dado veinte años de su vida. En el quinto y sexto día seguía creciendo nuestra intimidad. De todo esto y hasta ahora no le dije nada a María. Cada día me resultaba mas fácil coger a mi esposa en brazos y el mes se iba agotando. Pensé que me estaba acostumbrando a cogerla de nuevo y por eso notaba menos el peso de su cuerpo.

Una mañana cuando se disponia a vestirse, miraba y rebuscaba que ponerse, se había probado muchos vestidos pero ninguno le servían y quejándose dijo; los vestidos me están todos grande. Fue ahí donde me di cuenta que estaba muy delgada. En ese momento pensé que esa podria ser la razón por la cual yo no sentía su peso al cogerla en mis brazos. De pronto pensé que le había causado mucho dolor y amargura y sin apenas darme cuenta, le toque su cabello. Nuestro hijo entro al cuarto y dijo; papá llego el momento de que cojas en brazos a mamá y la lleves  hasta la puerta.

Para mi hijo ver a su padre día tras día cargar en mis brazos a su madre hasta la puerta, se había convertido en una parte esencial de su vida. Mi esposa lo abrazó, yo giré mi cara y sentí temor y deseo a la vez de cambiar mi forma de pensar sobre el divorcio ya, que cada vez que cargaba a mi esposa en mis brazos hasta la puerta, sentía la misma sensación que el primer día de nuestra boda. Mientras yo la llevaba ella acariciaba mi cuello suavemente y de manera muy natural. Yo la abrazaba fuertemente igual que lo hiciera nuestra noche de bodas. La abrace y no me moví, pero la sentí tan débil y delgada que me daba tristeza verla así. Llego el último día del mes, la abracé sin hacer ningun comentario. Me habia dado cuenta que ya no teníamos intimidad. Mientras tanto mi hijo estaba esperaba para que lo llevase al colegio. Lo monte en el coche y me fui.

Al cabo de unos minutos me encontraba en la puerta de María. Baje del coche sin apenas cerrar la puerta y subí la escalera. María me abrió y una vez dentro le dije; discúlpame, lo siento, pero no quiero divorciarme de mi esposa. Maria me miro, me preguntó que si  tenia fiebre. Yo le respondí: no me voy a divorciar de mi mujer, mi esposa y yo nos amamos, me he dado cuenta a tiempo de que entramos en una rutina y estábamos aburridos, no valoré los detalles de nuestra vida hasta que empecé a llevarla de nuestro cuarto a la puerta. Entonces me di cuenta que debo estar junto a ella por el resto de nuestras vidas y hasta que la muerte nos separe. María empezó a llorar, me dio una bofetada y me cerró la puerta. Baje las escaleras, me monte en el coche, me fui a una floristería y le compre un gran ramo de flores a mi esposa. La joven de la floristería me preguntó; ¿que le escribo en la tarjeta? le dije: pon, te llevaré hasta la puerta todas las mañanas, hasta que la muerte nos separe… 

Llegué a mi casa con las flores en las manos y en mi cara una gran sonrisa. Corría subíendo las escaleras y saltando de dos en dos los escalones, cuando entré en nuestro cuarto encontré a mi esposa muerta.

Mi esposa había estado batallando contra la enfermedad del cáncer, y así, mientras que yo estaba ocupado y divirtiéndome con María, mi esposa se estaba muriendo. Fue por eso que me pidió un mes de tregua antes de llevar a cabo el divorcio. De esa manera, a nuestro hijo no le quedaría un mal recuerdo de la separación de sus padres y para que no tuviera una reacción negativa en sus estudios. Así al menos nuestro hijo siempre tendria en la retina de sus ojos y en su mente, la imagen de que su padre era un esposo que amaba a su esposa.

Estos pequeños detalles es lo que de verdad importan en una relación, porque una gran casa, un gran coche, una abultada cuenta de dinero en el banco, etc. crean un ambiente que crees que te llevará a la felicidad, pero en realidad no es así. 

Trata de mantener tu matrimonio feliz. La mayoría de las historia de fracaso suelen ser o suceder  casi de la misma manera. Solemos darnos por vencidos cuando sin saberlo estamos a punto de encontrar de nuevo el éxito.


Reflexión:

NO VALORAMOS LO QUE TENEMOS, HASTA QUE LO PERDEMOS.



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